Primeros versos


















ESPÍRITU DE PÁRMENO:

Ya nace la oscuridad,
ya anochece en la platea,
ya la negra sombra crea
puertas al sueño. Pasad.

Ya se levanta el telón,
ya brilla en la escena oscura
la hoguera de una ficción
desde esa antigua región
llamada literatura.

Que se encienda la memoria
y alumbre su larga senda
desde el telar de la historia
al hilo de la leyenda.

¿Quién será aquella mujer?
¿Está despierta o dormida
soñándose  perseguida
antes del amanecer?

¿Será quizá esa hechicera
y alcahueta salmantina
que llamaban Celestina?
Su nombre, allá donde fuera
resonaba en cada esquina,
pero hoy su casa es la ruina
de una prohibida quimera.

¿Quién no ha sido su cliente?
¿Quién no ha seguido su ley
si en este país el rey
es peor que el delincuente?

La temió su Majestad,
la aristocracia y el clero,
y todo el Imperio entero
tembló ante su libertad.

Puta, bruja o alcahueta,
cada cual tiene un vocablo,
pero en este gran retablo
ella no fue marioneta
ni de Dios ni del Diablo,

porque aunque nadie la nombra
todos temen el poder
de ser libre y ser mujer
agazapada en la sombra.

Hace tres años decía
en la plaza el pregonero:
ha muerto bajo el acero
la reina de brujería;

hubo duelo nacional
de frailes y barraganas
cuando esa misma mañana
se ofició su funeral.

Se iba extendiendo el rumor,
corría por la ciudad
desde la Universidad
hasta la Plaza Mayor,

y hasta la gran catedral
de monjas quedó repleta
llorando por la alcahueta
con lágrimas de cristal.

Una cohorte de vecinas
se asomaba a las ventanas
para ver a las hermanas
de la madre Celestina:

allí vino de visita
entre llantos y lamentos
la vieja Trotaconventos
del Arcipreste de Hita.

(Esa figura de cera
fea y flaca,
esa pícara hechicera
doña Urraca.)

Vino aquella mujer sabia
que provoca risa y miedo
conocida como Fabia,
de El caballero de Olmedo.

(Dicen que Lope de Vega
fue el poeta
de esa bruja, puta, maga
y alcahueta.)

Desde Sevilla a Castilla
se presentó en el velorio
Brígida, la del Tenorio
que escribió José Zorrilla.

(Enamoró de un galán
a doña Inés
y después hasta don Juan
cayó a sus pies.)

Y vinieron al sepelio
las grandes tataranietas
que sembró nuestra alcahueta
por los siglos y milenios.

Recuerdo verlas pasar:
Mary Shelley, Wollstonecraft,
Virginia Woolf, Sylvia Plath
y hasta Simone de Beauvoir.

Maestra de meretrices,
reina de amores y engaños,
aunque han pasado tres años
en tu epitafio nos dices: 

Así amé y así viví
entre la fusta y la fiesta,
así redoblé mi apuesta
y cuanto gané perdí.

Así gocé vida en vena,
así me alcanzó la muerte,
así decidí mi suerte
entre la tinta y la escena.

Así gané mi salario,
me desangré por escrito
y me convertí en un mito
del papel y el escenario.

Así cobré mis heridas
y defendí mis ideas,
y aunque al final fui vencida
cada vez que alguien me lea
he de volver a la vida.

Mas... ¿no dicen que murió?
¿Puede ser que alguien despierte
del abrazo de la muerte?
¿Está viva? ¿O quizá no?
Y si vive... ¿vivo yo,
que corrí su misma suerte?

Todo el mundo atento al cuento:
estamos en un convento
del año noventa y nueve
del siglo mil cuatrocientos.
Ya se ha fundido la nieve.
¿Sentís el frío y el viento
de esta madrugada fría?
Muy pronto se hará de día.
El sol saldrá en un momento...